jueves, 10 de febrero de 2011

Regreso a casa

Sí, hace mucho tiempo que lo dejé al azar. Un azar algo caprichoso que no me dio la más remota gana de ponerme a publicar algo, tan público. No sé si fue por aquella razón excepcional de tener demasiado tiempo libre, o el hecho de que por tanto espacio uno se llena de responsabilidades variadas y sin querer se mantiene más ocupado de lo normal.
Durante ese tiempo el sueño fue un gran aliado. Dormí como un crío en etapa de crecimiento. Sin crecer. La piel amanecía estirada de tanto descanso. Eso que en aquel momento hacía con culpa hoy lo veo como una bendición.
Cuando retomé la asquerosa situación de trabajar en una gran empresa con altos porcentajes de poder crecer en el futuro, también volví a la lectura de los clásicos. Arranqué con la Ilíada, la terminé al poco tiempo, y allí me detuve. Con una nueva idea para lanzarme a mi escritura, mi pensamiento e imaginación vagaron de la mano. Dante apareció a mitad de camino con su Infierno, tomado de la Ilíada. El camino del héroe se mezcló con el camino de un niño retobado en su búsqueda inconsciente y tiernamente ingenua hacia la verdadera felicidad.
Entonces aparecieron las palabras mágicas: “Yo encontré una puertita”, cuando hablábamos de sus nueve meses dentro de la panza de su mamá. Una puertita para iniciar el camino, un arco por donde pasar, atravesar las sombras ajenas y propias, con el objetivo de, algún día, llegar al horizonte del Edén.
¿Pero dónde se halla ese paraíso eterno de pura espuma y oleaje suave? Cada vez más convencida estoy de que está aquí. En las intermitencias de nuestra alma, que a veces se enciende y otras caduca ante al mal humor, la injusticia, el dolor y el desarraigo.
“He sido fuerte”, me dije anoche desués de llorar durante más de un día por su ausencia, por su cara triste y enojada, por el desgarro de verme partir y dejarlo allí.