martes, 17 de julio de 2012

Aventuras con Mrs Chipot




Anyuland y Mrs Chipot se cansaron de todo, y vendieron su ropa de lujo (y algunos libros y alhajas) para comprar unos pasajes a Cuba. Hasta allá se iban para vivir en la playa, fumando habanos y respirando el aire de la peculiar libertad de ese país. Porque presas se sentían en su gris buenosaires, de trabajo intenso y días cortos para el disfrute. Mrs Chipot tomó a Mr Chipot de su barriga y lo metió en su jaula que tanto detesta: “Esta vez es distinto, nos vamos a divertir, te lo juro por mi vida Mr Chipot”. Anyuland hizo lo mismo, y llevó a Tushpa metido en su cartera, sabiendo que por los rayos infrarrojos del aeropuerto pasaría como un simple peluche… y lo consiguió. El optimismo cubano las había contagiado, y llevaban una estampita de san Che en sus billeteras.

Instaladas en Cuba, a unos metros de la playa, se propusieron un pacto secreto: no llorar nunca más, al menos que fuera por emoción. Si tenían que prostituirse para pagar sus habanos y la comida de Mr Chipot y Tushpa eso no importaba. Serían felices para siempre. Bailando y fumando bajo el calor de la alegría infinita. Y si en algún momento se cansaban definitivamente de lavarse el pelo con jabón en barra, si extrañaban hasta más no poder las comodidades del capitalismo, se irían en una lancha, con sus novios peludos, hasta Miami, a trabajar de empleadas domésticas para algún nuevorrico gruñón. Aventura era la palabra favorita de Anyuland. Libertad era la de Mrs Chipot. Nada ni nadie iba a detenerlas.
Y salieron un viernes de la oficina para no volver nunca más, sin decirle ni avisarle nada a nadie. Total, ¿quién las iba a buscar? Ya nadie las necesitaba.
Eran libres y aventureras. Al fin respiraban de verdad.