martes, 27 de agosto de 2019

Escrito el 5 de junio

Hoy cumplo 39. Estoy despierta desde las 3 y pico, ahora son las 6.03.
Amadeo duerme al lado mío. Lo adoro.

No sé por qué no puedo volver a dormirme. Tengo poco tiempo para escribir porque la batería se queda en cero. Este año me reinvento pero no como una necesidad premeditada, me reinvento en la disolución de mí misma. Así lo siento y así sucede. Me dejo llevar, me dejo tomar y que sea lo que tenga que ser. Las cosas caen por su propio peso.



Detesto el teléfono. Me cuesta whatsapp.
Adoro las cartas escritas a mano mandadas por correo.
Releí mis tuits de 2012 y me emocioné con esa versión de mí.
Aspiro al silencio. Y al ayuno.
Me gusta rezar.
Me encantan las fotos, la lluvia y las nubes.
Extraño un chocolate que me guste.
Me gusta el vino en vaso chico en la mesa con mi papá y con mis hermanos.
Me gusta que me pasen a buscar.
Quisiera vivir en comunidad.
Me gusta hablar con gente por la calle.
Quisiera que confiaran más en mí, como hace Mariana.
No quiero dejar de cambiar.
Estoy enamorada. Y amo la vida.


Estoy en la orilla. Tocando el agua con los pies. Está helada, pero me voy acostumbrando. Tengo un año entero y ya no soy una nena. Soy mamá y ya no soy yo. Hasta los 42, cuando renazca lo que se empiece a gestar desde ahora.

Sean tiernos. No levanten la voz. Y aprendan a manejar.

La vida corre...

...a una velocidad extraña. A veces lenta, a veces rápida. Pero la vida corre cuando él corre. Nació el 31 de diciembre, por la madrugada. Con un parto respetado, entre elNegro y yo, entre el llanto y la risa, entre la ansiedad y la frustración. Preparar un parto en casa significa ponerse la mochila de la responsabilidad a cuestas, una mochila que viene llena de agua y sentimientos viejos, nuevos, sombríos y luminosos. Preparar un parto en casa significa estar dispuesta a trabajar desde los meses previos sobre el propio nacimiento, la propia infancia, los primeros días y meses de vida de una misma. Significa evaluar todas las opciones pensando en la vida por venir y solo en la vida por venir. Porque, ¿quién compra una casa porque se la recomienda un vecino, o porque la ve en el diario o en la calle y se dice a sí mismo "me gusta", sin antes compararla con otras, visitar, volver a visitar hasta dar con la que más le cierre? ¿Acaso no deberíamos hacer lo mismo con un parto? Investigar, leer, preguntar, comparar, escuchar experiencias y finalmente, finalmente, ELEGIR.

Que sea seguro. Es decir, que sea emocionalmente seguro, porque estoy convencida de que lo emocional desencadena lo físico. Ciento por ciento. Que sea seguro es no entregar a tu bebé recién nacido a brazos fríos, a voces desconocidas, a inyecciones innecesarias, a lavajes escalofriantemente invasivos y abusivos. Que sea seguro es que sea lleno de amor, de calor, de silencio, de oscuridad apenas iluminada.

Y que sea seguro es también que sea con apertura. Apertura al descontrol y a que no podemos manejar todas las emociones. La mujer que está pariendo no puede controlar la emoción del padre ni la emoción de quienes acompañan. No puede ver más allá de su propia sombra, no puede llegar a la sombra de los demás ni mucho menos a la sombra del destino. Por eso parir seguro es parir abiertos a la vida, a la nueva y a la vieja.

Así nació Amadeo. Mitad en mi casa mitad en un hospital. Mitad en el agua mitad en un quirófano. Sin apuro, sin urgencias, simplemente con el movimiento de dejarse llevar hacia lo que tiene que venir y ser.

Cuando le cuento a la gente que el parto fue planeado en casa pero que terminó en una cesárea me miran atónitos, algunos con cierta cara de "cuánta irresponsabilidad". Otros aprueban pero la mayoría está más cerca de la desaprobación. Como si supieran el todo, como si conocieran todo el proceso.

Amadeo llegó varios días después de lo esperado. Nuestro trabajo de parto arrancó un 30 de diciembre a las 2.30 am, con muchas contracciones y con un compañero que estuvo siempre a mi lado. De a ratos nos quedábamos dormidos, reíamos y sufríamos el dolor atravesándolo de la mejor manera que se puede si se puede. Pasando de la pileta al sillón, del sillón a la cama... La dilatación fue llegando bien, a su ritmo, y se alcanzó completa después de 18 horas. Pero faltaba un último giro, un último esfuerzo por parte de Amadeo que tenía que girar su cabecita para terminar de bajar y desencadenar el último tramo. Llegó la obstetra, la partera puso tiempos límites. La obstetra se sumó a la danza haciendo todo lo posible para respetar los tiempos que imponía o necesitaba Amadeo. Pero ya eran las 12 de la noche y nada...

La decisión no fue mía, porque yo solamente estaba entregada a lo que tenía que ser. Me resignaba a la idea de que ya no fuera todo tan maravilloso como me lo había imaginado, de que el final fuera diferente al que una y otra vez había creado en mi cabeza y en mi corazón.

Cinco entramos al quirófano: mis dos parteras, la obstetra, elNegro y yo. Eran ya las 4 am del día siguiente y las contracciones cada vez más intensas desde las 20 no ayudaban al movimiento de Amadeo. Y me entregué sin chistar, dejando que las lágrimas bañaran mi cara entera. Sin ruido, sin palabras. Peridural. Dos pinchazos. Adiós pies, adiós piernas, adiós caderas, adiós esfuerzo... Brazos abiertos, atados (??) y a ver qué pasa. "Sonreí que ahí viene, sonreí que está por nacer" y yo no podía creer que Amadeo iba a salir con toda la luz apuntándole a sus ojos que hasta ahora no habían visto más que oscuridad, que lo iban a sacar "de una" y que yo no era la persona que lo iba a recibir. Que lo iban a "revisar". Pedí explícitamente que no lo bañaran, no lo pincharon porque la vitamina K ya estaba organizado que se la íbamos a dar oralmente y supliqué que no le metieran sonda por ningún orificio. Cumplieron con su parte. Yo ya había cumplido con la mía.

El momento en que Amadeo salió a la luz fue inolvidable. No por mi felicidad. No la tenía. Hasta ese momento mi sensación era pura frustración y resignación. Un poco de miedo que ya había cedido. Estaba pisando las arenas movedizas. Estaba sumergida hasta la médula en ese barro empantanado de las emociones que no tienen sentido ni explicación racional. No hay lugar para la razón. Lo poco que quedaba había caído en algún lugar del quirófano. Y ya no iba a volver por mucho tiempo, al menos de la misma manera.

En el momento en que Amadeo salió a la luz me hicieron "incorporarme", alzaron mi torso para que lo viera. Lo más que recuerdo no fue su cuerpo enorme todo rosado. Tampoco su grito de enojo, fastidio y queja espantosa. Lo más que recuerdo de ese momento fue mamá atravesando la puerta del quirófano gritando desde esa distancia (el quirófano era muy grande) "Angie acá estoy". Por un segundo de verdad pensé que había muerto o que estaba por morir, que estaba delirando y que mis ojos veían los inaudito. Después me sentí representando un absurdo ionesco... Y con cierta vergüenza me di cuenta de que mamá había atravesado toda la ciudad para llegar hasta mí, en el momento más crucial de mi vida.

No importaba que las enfermeras robot empezaran a retarla, echarla y siguieran protestando. Nadie la había visto entrar como yo, gallarda, pujante, sin miedo ni tapujos. Toda la sensación de soledad y abandono de mi infancia que había empezado a recordar durante mis nueve meses de embarazo se difuminaron cuando sentí su presencia completa. Era el grito de vida que faltaba y que yo no había podido dar. Era la voz temblorosa que necesitaba para sentirme completa. Era una mamá que sabía que algo no andaba del todo bien durante el parto "a domicilio" de su segunda hija (mi hermana Mariana parió a Tati en su casa de Crámer diez años atrás sin ninguna complicación). Era una mamá que siguiendo "Amigos" del iPhone atravesó la ciudad para ver si "su bebé" estaba bien. Repito, una mamá gallarda.

La cesárea es rápida. Dijo mi obstetra que el hecho de haber tenido más de 24 horas de trabajo de parto ayudó mucho a la "expulsión" de Amadeo, que eso allanó su camino y que facilitó todo. Nunca voy a saber si lo dijo de verdad o para consolarme. La peridural y sacar a Amadeo "de mis entrañas" (suena dramático, pero créanme que de verdad lo fue) fue rápido. Pero nada me pareció tan eterno como el hecho de que me cosieran y poder encontrarme con mi bebé. Y el encuentro con él fue maravilloso.




Nunca más me preocupé por mi herida, por lo que había pasado, por cómo estaba yo. Desde el momento en que lo trajeron y lo dejaron reptar "con su boquita" sobre mi cuerpo para que se topara con la teta no nos separamos. Ni para ir al baño ni para comer ni para nada. Nuestro encuentro fue finalmente maravilloso. Y yo sentí una gran responsabilidad. Y un gran amor. Pero un amor que empezaba a conocer. Un amor completamente nuevo lleno de matices y sentimientos. Un amor de cuidar y de no esperar que sea llenado más que por mi lado. Un amor unidireccional, todo mío. Todo entregado. Todo dado.

Nunca lo sentí como mío. Amadeo no me pertenece. Amadeo es del mundo y es de él. Amadeo es de Amadeo y de Dios que es su fuente. No sé si fue porque llegó por cesárea, no sé si fue porque lo "transfirieron" in vitro... O quizá porque la naturaleza es sabia y me brindó un poco de su sabiduría, la sabiduría del que suelta y acepta. Yo le sigo agradeciendo al Cielo, le sigo haciendo preguntas y sigo aprendiendo a confiar. Amadeo no es mío pero yo soy de él. A él le pertenece mi pasado y mi presente, y mi futuro. 

Y toda mi fuerza está puesta en amarlo para que él también pueda amar.