martes, 15 de septiembre de 2020

Covid-19


Releyendo de Erich Fromm El arte de amar, a quien tanto citaba mi queridísimo EF, encontré lo que me provocaba la situación insostenible pero inevitable del aislamiento a causa del Covid-19. Sentía que cada mañana me levantaba intentando luchar contra algo que no sabía qué, y me acostaba por las noches de la misma manera. Sin darme cuenta, el peso del aislamiento me iba sofocando. Necesitaba a un otro sin darme cuenta, necesitaba salir sin querer hacerlo. Letargo. Silencio. Sofoque. Conformismo. Y la obligación de ser igual a todos. O no.

Tal vez empezaba a tambalearse por primera vez el hecho de ser igual a todos. ¿Quién soy yo realmente? ¿Cuál es mi lado más auténtico? ¿Más genuino? El aislamiento me obligaba a no estar junto a nadie "igual a mí", sino a un "otro yo" que pedía a gritos salir, como olas de náuseas, como flema molesta. 

Y hoy a la distancia de esa realidad, fuera de mi casa, de mi calle, de mi barrio, a kilómetros de distancia y a pasos del Mediterráneo, empiezo a intuir que mi yo sos Vos, en la medida que me colmes, en la medida en que entres sin golpear, pero galopando con todo tu ser hasta atravesar mi corazón y mi ser entero.

Dejo de irme por las ramas de mi intimidad y comparto sí abiertamente el texto del que hablaba al principio:

El hombre está dotado de razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esta conciencia de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su breve lapso de vida, del hecho de que nace sin que intervenga su voluntad y ha de morir contra su voluntad, de que morirá antes que los que ama, o éstos antes que él, la conciencia de su soledad y su "separatividad", de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión. Se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra forma con los demás hombres, con el mundo exterior.

La vivencia de la separatividad provoca angustia; es, por cierto, la fuente de toda angustia. Estar separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna para utilizareis poderes humanos. De ahí que estar separado signifique estar desvalido, ser incapaz de aferrar el mundo -las cosas y las personas- activamente; significa que el mundo puede invadirme sin que yo pueda reaccionar.

E. FROMM, El arte de amar (en el capítulo "La teoría del amor").