lunes, 14 de diciembre de 2009

Las soledades de Polifemo

Emana mi alma, emana mansa el agua
Por el monte el río Tajo, sublime baña
Las soledades de Polifemo.
Mi monstruo eterno nacido de mi pecho
Habitante de mis pulmones cansados
Polifemo mi muñeco
De la fuente y del río nacido
Bañado y bautizado en el Tajo.
De la mano de Nise
De los pies de Aquiles
De la música de Orfeo
De los pelos de Dafne.
Polifemo vive adentro de mí
Gira como un loco sacado
Gira como olas italianizantes
Con pie quebrado
Con cuadernavía
Por mis venas de río
Del río Tajo.
Emana mi alma por el río rocoso
Emana saltando, subiendo y bajando.
Emana mi agua de vida
Y grita con la voz del monstruo.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Coturnos de papel (no lo leas)

Me siento un terrible mamarracho, fracaso omnipotente, avasallante, como olas de estéticas patéticas de surrealismo, naturalismo y morbosismo. Apoyada sobre mis coturnos de papel, frunciendo mi boca fucsia despintada, lloro como el mimo más triste. La pantomima más triste. Me hundo entre las tristezas de Nemoroso y Albanio, y aunque pienso en el odioso Werther no puedo dejar de sumergirme en las terribles bucólicas y los pastores despechados. Esto es triste, así que no lo leas.

Me desarmo entre tus llamados a distancia, ya inútiles. Tengo mi valija armada pero todavía no puedo trazar el mapa de mi partida. Estoy tan cerca pero a la vez tan lejos. Quisiera yo también ver mi cara en las aguas de ese río. Pero mi río es el Jordán, donde tomé conciencia de mis gustos, de mis caminos. Ahora el río ya está seco. Por mi culpa. El río es como el mar Muerto del cual he rehusado.

Ahora tengo que volver a mi estudio. A mi égloga tercera, a mis dianas y gongorismos. ¿Dónde está mi Severo? ¡Boecio! El único que llega con sus pasos secos es Caronte, que me lleva por el Leteo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Papa-frita!


Fuente, M. Duchamp.

(Para todos mis caquitos)

>> En el tren ya venía pensando en el táper que había dejado en la heladera hace dos semanas con dos papas adentro. Llegaba al trabajo primera que todos y algo tenía que hacer con eso. Fernanda se iba a tomar la mañana para hacer sus trámites de embarazo. Juan recién llegaba a las 10 y Franco… Franco todavía no tenía horario. Miré a la parejita de siempre, que todas las mañanas se besuquea en los asientos que miran para atrás. Los detestaba con ese pegoteo constante. ¡Y no me interesaba conocer sus papilas gustativas! Pero por alguna razón no podía dejar de mirarlos. En el otro costado, la cumbia latosa que salía de la chica que estaba al lado de mí se clavaba en mis tímpanos como escarcha. A las 8.40 ya estaba estresada.

Salí del tren y caminé rezagada para no saludar al de barbita que me hablaba camino a la oficina. Arranqué con la mirada fija en mis zapatos. Las manos en los bolsillos. La boca inundada de bostezos. En el edificio con galerías y sin jardines me subí enojada al ascensor. “Piso 19” le dije al de al lado de los botones, y controlé que las noticias de la pantalla del modernísimo elevador no tuvieran errores de gramática. “Es inevitable”, pensé, y fastidiosa, con un ladrido de “buen día” saqué las llaves y marché sigilosa hasta la puerta C. Dos vueltas en la cerradura de arriba, dos vueltas en la cerradura de abajo, un empujoncito de hombro, prender la luz, desactivar el contestador y prender la compu. Ahora al baño, lavarme las manos, sacarme las lagañas que se reproducían caprichosamente y controlar que el descontrol de mi pelo se resignara un poco. Ahí volví a acordarme. ¡El táper! Abrí la heladera con la nariz cerrada y procurando respirar por la boca. “¡Qué baranda!”. Iba a infectar toda la oficina, y no daba. Era lunes… Entonces mi mejor idea saltó de mis neuronas. Pobres. Dejé caer las dos mitades de papa por el inodoro y apreté el botón. El agua empezó a trepar… Me hice la gil y revisé los mails. Al ratito me acordé y volví a tirar la cadena. Nada, el agua seguía subiendo en cascada…

Me relajé. Hice café y empecé a tipear, respondí mails, completé un artículo para el news de un banco, hice un excel con “entradas” y “salidas” de “capitales” personales… Hasta que escuché la metida de llaves del lado de afuera. “Ojalá no sea el jefe”. Por suerte. Juan se sacó los auriculares, pero seguía bailando al ritmo de su reggae y de sus infinit espejados. Con su sonrisa de galán me saludó como si fuera viernes. Yo, como si nada, le confesé: “Tapé el inodoro”. Claro, era obvio, su reacción fue nula. Se sentó en la compu de Franco y le puso play a su lista preferida de canciones… Me arrepentí de no haberlo hecho yo antes. Y claro, cuando tuvo que ir al baño, su puteada…

Cuando llegó Franco una ola de risa empezó a invadirnos. Que cómo se te ocurre tirar eso, que cuando venga el jefe qué le vamos a decir, que tenés que tirar agua hirviendo, que levantate y volvé a tirar la cadena. Las horas fueron pasando y yo tenía que irme a Aeroparque para una reunión en Córdoba. Hasta que otra idea brillante invadió a Franco. Tendrías que probar deshacer las papas con algún palito. Juan contó alguna anécdota avalando la idea y yo proseguí a actuar. Revisé en todos lados de dónde podía sacar un alambre, un tubito, algo curvo –y largo– que pudiera escabullirse por el hueco de mierda. Al final probé con una percha. Tuve que sacrificar una de las fuertes. La desenrollé y –mangas arremangadas y actitud de plomero mezclada con MacGyver– empecé a empujar, a remonver, a tirar otra vez la cadena, a volver a meter el alambre. Encima había espuma por todos lados, porque quince minutos antes Juan me había dicho que le tirara detergente, “para que resvalen, corazón”. Pero nada. Todo era inútil. Los minutos y las horas seguían su curso y el remise ya estaba abajo esperando para llevarme al avión. Por suerte el jefe seguía sin aparecer. Me despedí de los chicos y la llamé a Fer para darle el parte de situación. Entre risas de “qué boluda” me tranquilizó. Yo, obviamente, confié en su infinita y misericordiosa eficiencia.

Entre los aromas somnolientes del free shop me olvidé del asunto. Hasta que una mujer gorda que le gritaba a su marido con todo su cuerpo me hizo pensar en una gallina. La gallina me hizo pensar en un pollo al spiedo. El pollo al spiedo me recordó las papas al horno que cocina mi suegra. Las papas se me hicieron agua a la boca. Y el agua, y las papas… ¡El inodoro! Marqué rápido el celular con las manos temblorosas. No quería escuchar lo que había pasado en la oficina después de mi partida. “Anyula”, me dijo Fer bajito. “Quedate tranquila”. “Decime qué pasó Fer, estoy preparada”. Con el jefe a unos metros, me contó en clave (yo tenía que ir armando las frases y ella me respondía “sí”, “no”, “ajá”) que había llegado el plomero. Que cuando se enteró de que lo que había eran papas (todo en confidencia para que el jefe no se enterara), apuntó con los ojos al techo. “Hay que desermar”, suspiró con los hombros encogidos. Después de eso, nadie dijo nada. Y yo dejé de tirar comida por el inodoro. <<

jueves, 26 de noviembre de 2009

Tacones lejanos (y déjenme en paz)



Con sus tacos de vinilo animal print y cargada de pintura atravesó la puerta de entrada. Yo la había visto una tarde sin su base, sin sus sombras, sin su rimel ultrapuesto. Y la verdad, me asusté. Tenía muchos años más de los que decía, sabía cómo ocultar la vejez cada noche que me veía y no sé por qué necesitaba compararse conmigo; como si estuviéramos en un eterno concurso de belleza y los jurados eran todos los que nos rodeaban. A mí me incomodaba tener que participar de esa clase de torneos. Hace rato que me había bajado de esa calesita de carteras y collares.
La primera vez fue en Il Mondo di Bambini, cuando Yésica caía a la salita de cuatro con sus pulseras de Barbie y su carterita fucsia haciendo juego, adentro de ella llevaba un rouge rosa y sombras celestes y naranjas. Yo la miraba de lejos para analizarla e intentar comprender por qué una chica de mi edad que ni siquiera sabía el abecedario podía entrar al jardín con cartera y tacos. Lo más raro de todo era que me miraba, ¡me comía con su mirada! Esa tarde quise llegar a casa rápido y abrazar a mamá. Era la primera vez que alguien fuera de casa me atacaba con su mirada… ¡y yo no le había hecho nada! Fue mi primera experiencia de odio femenino y por eso la puse en mi lista negra. La encabezó. Yo solamente quería ojear con Ingrid su revista de historietas de los Pitufos. Pero Yésica no hacía más que buscarme para desfilar delante de mí con su carterita… ¿Entonces yo también tenía que comprarme una? ¿Tenía que pedírsela a mamá? Claro que no; en esa época una de las cosas que me hacía más feliz era llegar a casa y jugar con los peluquis de Pedro o esperar a Mariana de sus clases de inglés para arreglarles los dientes a nuestras muñecas.
Yésica pasó a la historia. Pero en el Mallinckrodt apareció Josefina. Con su cartuchera de kelen XL (no, la de tres pisos ya había pasado de moda, ahora había que tener una bien grande tamaño oficio), sus carandache y su birome de mil colores. ¡Claro que quería todo eso! Pero podía vivir igual, y lo sabía. Solo tenía que atravesar la puerta de casa y sentir que todo eso había terminado. Aunque la mirada fulminante de Josefina, todavía no comprendo por qué, me perseguía hasta en sueños. Después llegaron Florencia, Sofía, Jimena… ¡Y yo no les hacía nada! Por las dudas ni les hablaba, para no incomodarlas.
Finalmente, cuando creía que todo había terminado, apareció ella… Sí, con sus ridículos tacos de vinilo animal print y sus mil y una bases, sombras y delirios. La primera vez que la conocí descubrí la misma mirada de Yésica, repetida en los ojos de Josefina, de Florencia, de Sofía… Lo único que quería era dar la vuelta y bajar las escaleras mecánicas. Supe que sin conocerme me odiaba, y que nunca iba a dejar de odiarme. Al principio pensé que podía luchar eternamente contra eso, pero con el tiempo me cansé. Traté de entrar en su juego pero me quedaba sin energía. Sus concursos de belleza me empalagaban. Yo hace rato que había elegido: ¡Quería ser yo! Y que nadie más me molestara… Había renunciado a los tacos eternos de lunes a lunes, a las mil horas enfrentada al espejo para delinear los dos ojos iguales y marcar pómulos con una brocha e iluminar mentón y nariz, a los estampados llamativos y a los excesos de equipaje…
Esa noche mientras todos comíamos me levanté, agarré mi copa de vino y, parada, me detuve hasta donde estaba sentada. Lentamente se la vacié sobre su peluca dorada. Nadie dijo nada, ni siquiera ella. Después de un rato largo de silencio me miró y me hizo tres preguntas: ¿Qué estudiás? ¿Dónde trabajás? ¿Cómo está tu familia? Esa misma noche nos hicimos amigas.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Tengo un muerto en la heladera! HELP!


Soy una tonta. Pero no puedo evitarlo. Trato de pensar en mi abuela Beba, ¡ella lo hizo mil veces! Pero yo no estoy lista todavía, si al menos la vendedora me lo hubiera avisado… Tengo un pollo entero sobre la mesa, está en la misma posición en que nacen los bebés cuando los sacan de sus conchas, pero este no tiene cabeza. Lloro mientras escribo esto.
Traté de no detener mi mirada en sus uñitas largas. Agarré el cuchillo y empecé a hacer malabares para separar las partes (pechuga, pata, muslo, ¡alitas!). Hasta llegué a pensar “¡qué delicia!”. Como la cosa parecía más difícil de lo que pensé la llamé a mamá. Si hubiera estado viva Beba la llamaba a ella, aunque no dejé de invocarla en mi misión.
Cuando me atiende apurada (“estoy con mil cosas, otra vez me llamás”) voy caminando con el inalámbrico hasta la cocina y de golpe lo veo. Con su posición de feto naciendo y sus patitas pegadas (sus patas están abiertas como un pollo), descubro la “palma” de sus “manos”. ¡Incluso tiene falanges en los dedos! ¡Tiene miles de falanges ma! No puedo, no puedo.
Ante mi capricho infantil mamá me cortó el teléfono. “Maldita cocina macrobiótica”, pensé. Maldito circuito de alimentación. ¿Cómo puedo comerme esto? Parece un aborto. Y pensé en todos los chicos que quedan abandonados en los basurales o en bolsas de consorcio por las calles modorras de los pueblos enterrados en la miseria. No puedo lidiar con esto. El Negro me dice por skype que no sea freak, que es un pollo… ¡Pero él todavía no lo vio! Igual le pedí que si es tan hombre que puede controlar las emociones entonces hoy a la noche que se agarre el cuchillo y se enfrente a este pobre bicho. Que alguna vez tuvo mamá, seguramente tenía hermanitos, y que alguna vez pensó que la naturaleza era maravillosa…
Volví de la compu con un poco más de fuerza. Otra vez intenté lo imposible y empecé a cortar una de las patitas para ver si podía arrancar esa sensibilidad de mi próximo alimento. Fue peor. ¡Empezó a sangrar! Con mi estómago revuelto empecé a soltar las lágrimas de la sensibilidad absurda (aunque en mí tienen un sentido) volví a meter la bolsita con las vísceras en el hueco enmarcado por costillas y esternón y envolví otra vez al pollo en el plástico.
Ahora estoy sola en casa, con un muerto en la heladera. Aunque esté triste, todavía siento cierta paz en sentir que a veces el mundo sigue sin entenderme… Esto me hace darme cuenta de que sigo por el camino de los pensamientos correctos.
Beba debe estar detrás de mí tratando de querer decirme algo. Pero claro, no la escucho.

sábado, 10 de octubre de 2009

El espejo de Virginia Wolf


Sara está enojada, de mal humor. Para entenderla no hace falta que escuchen sus palabras de queja, piensa. Para entenderla basta con mirar fijo en sus ojos y descubrir de qué color está su iris. La furia los pone gris oscuro, como ahora. Y Damián no ha interpretado la señal. ¿Quién dijo que la comunicación está hecha de palabras solamente? También se puede dialogar a partir de colores. Como algunos animales que cambian según la estación, el terreno en el que se van moviendo o el enemigo que los asecha. En este caso el único enemigo era la sinusitis, que le quitaba a Sara cualquier energía para salir. No tengo ganas de salir y punto. Y mi estado no tiene que ver con vos, simplemente estoy así. La pérdida de gas de la cocina de esta mañana me ha puesto así. El olor de WD40 refritándose en su puerta cuando lo encendí me ha puesto vulnerable. Y no soy perfecta. Por eso te repito una y mil veces que hagas tu vida y que no dependas de mí. Yo estoy tratando de hacer lo mismo, ya no quiero depender de nadie. De hecho me enoja el resto de la gente, que hasta ahora me hicieron depender de ellos. Sara sabía que ellos no tenían la culpa, pero este dolor era necesario para desprenderse un poco.
“Relaciones simbióticas” le había marcado su astróloga. Relaciones que a ella no le permitían sacar al big King Kong que llevaba dentro. Tenía que hacer lo que tenía ganas de hacer, sin medir las consecuencias. Caminar con paso de gigante sin importar lo que quedaba roto debajo de sus garras.
Este enojo es sinónimo de libertad, aunque en este momento la libertad implique estar atada a la cama trabajando. Es lo que Sara tenía ganas de hacer y le daba fuerzas saber que podía hacerlo sola. La soledad era ahora para ella sinónimo de encuentro. De encuentro con ella misma. El espejo de Virginia Wolf, el dormitorio de retiro para escribir. El encuentro cara a cara con un rostro pálido con manchas de sol, de ojos cada vez más grandes y redondos, de pelo teñido de oscuro, cortado por los hombros. Era hora de ponerse en cuclillas frente al inodoro y comenzar a vomitar. Primero una bola de pelos, y después una pata, luego la otra, un torso peludo y negro, dos brazos y, finalmente, la cabeza del gorila gritando con sus potentes pulmones “al fin”. ¿Quién puede detener a un animal de estas características movilizado por el instinto de fortaleza? Sara sabía que en el horóscopo chino era un mono, pero desconocía que su significado fuera tan literal. Es mejor de lo que pensaba, logró balbucear. Y se desmayó.

viernes, 9 de octubre de 2009

Bolitas de carne picada


El pez en el agua cayó de repente. Lo tenía entre mis dedos chiquitos, gorditos. Se me resbaló de golpe, dio una vuelta en el aire, rebotó contra el marco de vidrio y cayó con un plop musical. El pez naranja con rayitas azules se empezó a reír de mí. Su risa me provocó llanto y salí corriendo a la cocina a contarle a Susana. Me echó de un chancletazo santiagueño y con su típico chasquido de dientes postizos y saliva caliente me dijo que no la molestara. Aspiró la bombilla y me dio la espalda. Mamá recién llegaba a las tres y veinte y a mí todavía me costaba leer las agujas del reloj. Mariana me decía tonta y también se reía de mí.
Volví encogida de hombros hasta el frasco. En el agua seguía esa manchita naranja sumergida y caprichosa. Le pregunté por qué se había soltado tan de golpe y por qué era tan cínica conmigo. No cerró los ojos porque los peces no tienen párpados, “pero si los tuviera los habría cerrado” me respondió. Horacio estaba parado detrás de mí. Sentí vergüenza. Me dijo despacito que era una tarada por hablarle a un pez. Se sentó en su escritorio lustrado y le pregunté qué hacía. No me contestó. Sacó sus eddings del estuche transparente y se puso a pintar sobre una canson A3. Le pregunté cuánto faltaba para las tres y veinte. Me dijo que una hora y veinte. “¿Y cuánto dura eso?”. “No sé, un rato”. Un rato puede ser una eternidad, pensé. Me fui a mi cuarto de colchas turquesas, saqué mi trapo de abajo de la almohada y me abracé a él. Cecilia estaba en inglés y Pedro, petrificado, veía He-man.
Cuando Susana se metió en el baño, me escabullí hasta la cacerola y robé un pedacito de carne del relleno de las empanadas. Probé un poco y no me gustó, el resto se lo tiré al pececito para hacer las paces. Ni lo miró. Siguió nadando como si nada. Pensé que era malo y que, después de todo, no tenía corazón. Era imposible que un corazón entrara ahí dentro.
Me quedé dormida en la alfombra roja del hall de entrada. Enrollada en mi trapo y cantando despacito una canción de María Elena Walsh. Hace rato que me había sacado los zapatos y dos hilitos de aguademoco caían por mi nariz. Soñé con angelitos naranjas nadando por el aire. De pronto un galope extraño me pasó por encima. Volvió a pasar y me desperté. Pedro me saltaba de un lado al otro. Grité basta y eso lo incitó todavía más. Volví a gritar basta. Mariana salió del cuarto de Susana, con quien veía la novela de las tres con Andrea Del Boca, y me retó. Me dijo una mala palabra y que no gritara con mi voz de pito. Le dije que Pedro me molestaba. Me tiró del pelo. Me puse a llorar más fuerte, busqué mi trapo para abrazarlo y no lo encontré. En el living Pedro se reía a carcajadas. Parado sobre mi trapo daba saltos bruscos mostrando sus dientes diminutos y filosos. Seguí llorando sin saber qué hacer. Susana salió de su cuarto y nos retó a todos. Le pegó un chancletazo a Pedro que salió corriendo muerto de miedo y de risa. Mi trapo quedó en el piso, lo levanté y despacito me fui hasta el frasco de vidrio. Llorando sin ruido para que nadie más me dijera nada fui hasta el baño del fondo, di vuelta el frasco sobre el inodoro y tiré la cadena. El pececito hacía círculos con el agua hasta desaparecer. Escondí el frasco debajo del lavatorio y me fui a sentar al sillón de madera de la entrada. Esperando a que fueran las tres y veinte.

jueves, 1 de octubre de 2009

En Toscana

Fuimos corriendo directo hacia tu árbol
Me llevaste de la mano hasta su sombra
Nos apoyamos en su tronco añejo
y te pregunté si lo extrañabas

Llorando me dijiste
Que no recordabas su cara

Entonces yo también lloré
Porque vi tus ojos negros
Detenidos en el tiempo

Guardé tu cabeza en mi regazo
Y apreté tu pelo entre mis dedos
La luna se enredaba en mis canciones
Y las chicharras decían tu nombre
Yo canté entre ellas con mi sangre
Que brotaba como escarcha derretida

Volví a nacer en terracota
Como una chiquita feliz
Me tocaste con tu inocencia eterna
Silencioso y sincero
Rompiste el dolor en mil pedazos

Y galopaste contracorriente.
Tus pasos eran mis latidos
Golpes secos que pujan a un niño

Volví a nacer
esa noche, entre el rocío blanco
y la sombra de tu árbol.

Ronquidos y amapolas



I’m sorry, tú me hiciste esto. No he podido pegar un ojo. Y he escrito pequeñas historias. En la primera aparecía tu cara, redonda y huesuda. Tus ojos que hace tiempo ya están verdes (antes eran marrones claritos) y los colores sobre tu piel, importados, carísimos, regalados, pedidos… Una paleta inmensa de colores que en tu cara solo parecen tres, y te quedan tan bonitos.
Me detengo a mirarlos uno por uno, tratando de descubrir cuántos usaste en total y cómo los pinceles fueron pintando tus pómulos, tus labios, tus párpados. Estás preciosa. La más preciosa. La más osada. Una princesita de luz, aunque la princesita era yo; tú eras la princesa.
En mi cuarto azul te extrañé con locura. En tu viaje a los Estados Unidos quise visitarte en sueños, odié tu partida y hasta me sentí abandonada cuanto dejaste que te secuestrara aquel perro. A quien terminé queriendo.
Cuando finalmente cerré mis ojos, soñé con nosotras, éramos dos árboles mexicanos, rodeados de amapolas. Yo podía mirar por debajo de la tierra y ver tus raíces, enredadas con las mías. Tus hijitos sacaban ramitas de mis brazos y las usaban para rascarse la espalda. Marcus se reía mostrando el agujero de los incisos superiores y una pulga de frente prominente me preguntaba “¿por qué?”.
Apoyado en tu tronco estaba él, enrollado sobre su propia cola. Dormía con un ojo y te cuidaba con el otro. Con tus hojas le acariciabas el lomo. Y él cantaba con sus ronquidos.
Papá ronca desde su cama. Él también canta, pero como un barítono. Una vez su propio ronquido lo despertó, le hizo tener sed y lo llevó hasta la cocina por un vaso de agua. En el pasillo infinito de empapeladotapadoporpinturaverde apareció una mujer vestida de blanco, joven y agradable. “¿Tuviste miedo?”, le preguntaste entre risas cargadas de nervios. “No”, respondió todavía poseído.
Unos meses más tarde mamá nos contó que los fantasmas eran buenos, mujeres y aparecían vestidos de blanco, sin provocar estupor o pánico. Yo sabía que no era un fantasma, yo sabía que era ella, otra vez, visitando la que podría haber sido su casa.

martes, 8 de septiembre de 2009

medrosa

Me hiciste castillitos de arena
con una cucharita de helado
saliste corriendo adonde las olas eran espumosas
y me miraste con cara de "miedosa",
entonces con mis dos manitos
hice rápido una pared de caracoles
alrededor de tus castillos
y caminé con pasos de pichón
hasta esa ola inmensa
que mojó mis rodillas y me tiró al suelo.
Me agarraste fuerte
y se me fueron las ganas de llorar.
Disimulé muy bien con mis risas
y te di la espalda de vergüenza.
Acariciaste mi pelo despacito
y me pusiste un sobrenombre
que para todos estaba en inglés.
Para mí era solamente nuestro idioma
que decía "no me dejes".

l u n a d e s a n p a b l o

La luna está naranja
y me rodea con palabras.
La luna está estrellada
y deja caer su polvo sobre mí.
La luna está cerca
y me dice que no puedo tocarla.
La extraño porque sé que es mía.
La extraño porque sé que la perdí.
La extraño porque está lejos
y me dice que no puedo tocarla.
Amo a quien nombra la luna,
luna de San Pablo
luna de té.

n a v e g a r e n I l h a b e l a

Playa de colores, con casitas en el mar
tortugas y ballenas mudándose.
Un pescador me saluda desde su balsa.
No tiene ganas de pescar.
Prende su red a los remos
y se tira sobre la cubierta para ver las velas.
El sol no respira a esta hora
las luciérnagas duermen bien lejos
y las gaviotas son mis peces en el aire.
Me alejo sin quererlo en busca del viento
que hace salir puntitos de sal en mi piel.
El frío golpea mi ropa mojada
pero no quiero sentirlo cerca.
El frío es la muerte sujeta con un hilo
a punto de escapar.
Las nubes respiran sobre mi cabeza
y mis pies en el agua me dejan dormida
el tiempo está lejos, detenido en la arena
y yo sueño con tu sombra abrazando mis hombros.
Tus labios rozan apenas mi nuca
y me hablan de la gravedad de tu voz.
Aliento tibio apoyado en mi cuello
que me dice "quedate".
Entonces no despierto.
Y la luna me alcanza.
Pálida vuelo por el camino del sol
hacia las casitas de colores, que descansan
en el mar de Ilhabela.

viernes, 21 de agosto de 2009

Frida y Tina. Parte II.

Soy muy fuerte, mucho más que Frida. Ella lo sabe, pero no me lo dice. Sigue haciendo de cuenta que ella es la dominante. Parte de mi seguridad tiene que ver con eso, quedarme agazapada, en la retaguardia, observándolo todo, observándola a ella, sus movimientos. 
Lentamente empiezo a sentir orgullo de Frida. No es tan frágil como antes, sigue pensando... Pensando hasta que se fugue definitivamente el delirio de que es poca cosa.
Yo en el fondo sé quiénes son poca cosa. Pero no se lo quiero decir a Frida. Es algo que tiene que descubrir por su cuenta, sino no sirve de nada.

"Contestale Frida", le digo a veces.
Y ella por debajo me aprieta la mano fuerte y me pide que me controle.

A ella le sobra el control, ojalá pudiera yo controlarme un poco, aunque para qué... Si ella lo hace muy bien por las dos, o casi muy bien...

Cuando vamos a lo de tía Ánfora se calla, fuma en el balcón y juega a que se duerme. Yo hablo sin parar, pero enseguida quiero volver a casa... Porque me canso muy fácil. Eso no nos pasa con mamá, muy pocas a veces, aunque últimamente Frida se enoja y quiere salir corriendo. Ahí es cuando yo la freno, la convenzo y la domino. "Quedate", "no podés irte a ningún lado", "fuiste vos las que decidiste irnos para siempre de acá, ahora me toca un poco a mí quedarnos".
Entonces vamos a la cocina y nos preparamos un té verde con jazmín. Pero cuando logra irse la persigo hasta que siente rabia... Rabia de haberse ido.

domingo, 16 de agosto de 2009

Frida y Tina. Parte I.

Frida y Tina. Dos hermanas. Frida de día y Tina de noche.
-¿A dónde se fue papá? -Pregunta Tina.
-Ya sabés. -Contesta Frida.
-No lo sé.
-Sí lo sabés.
-Ok, pero quiero que lo digas vos, quiero que salga de tu boca.
-Está bien. Pero te repito, no soy Casandra. Papá se murió. Papá se fue.
-¡Ya lo sé! Pero te vuelvo a preguntar, ¿a dónde?
-¿Y cómo voy a saberlo?
-...
-Cuando era chiquita estaba convencida de que se iba al cielo, donde una casita con forma de hongo gigante lo esperaba. Adentro, todas sus cosas favoritas multiplicadas por mil.
-¡Mil ciento!
-Herramientas y cosas para arreglar. Autos, renaults, peugeots; con tres asientos para llevar a todo el mundo. Cigarrillos que no lastiman y barcos... Pero ya no pienso lo mismo. Es absurdo y aburrido, lo mismo por siempre, una y mil veces. Ahora no lo sé. Me niego a pensar que se fue para siempre de la existencia, que se esfumó "pum" y no está más en ningún lado. Antes que eso, espero pensar que volvió a nacer...
-Pero eso es terrible, entonces ya no se acordaría de nosotras.
-¿Y nosotras nos vamos a acordar de él?
-Siempre. ¿Acaso vos te olvidarías?
-No, aunque quisiera. Para no extrañarlo.
-No te preocupes Frida, acá estoy yo. Yo te tengo.
-Lo sé, pero eso no puede ser así para siempre.
-Claro que sí. Para eso vivo, para eso estoy. Yo te tengo, yo te cuido, yo te canto. Yo soy tu luna, yo soy tu baile.
-Eso no puede ser así para siempre.
-Entonces, ¿me vas a matar? ¡Frida no me podés matar!
-Ya lo sé. No voy a matarte. Eso sería como un suicidio y yo tampoco quiero morir.

jueves, 30 de julio de 2009

Luna de Piscis

Nací a las 13:30. Jueves 5 de junio de 1980. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Me pusieron un nombre... ¡Mariángela! Como mamá, como mi abuela Sisita, como mi bisabuela Ita... A mí me dicen Angie.

Sumergida en la luna y bañada de puntitos lunares, nado como un pez. Desconozco el límite entre mis sueños y mi mundo de colores y lo que realmente es real. Ese es mi mar. No hay fronteras entre lo que yo siento y lo que debe ser. Y cuando alguno se enoja por esa forma de ser mía... Entro en el único estado donde me siento segura: la melancolía.

Soy hija y puedo ser madre... De todos. Sobre todo de los que tienen su luna en capricornio. Extrañamente mamá, dylan, eugène y masapán tiene su luna ahí. Como soy hija y madre soy dos. El doble me identifica. Y más aun, el dos por dos, el doble del doble. Mi número es el cuatro. No de la suerte, sí de mi mapa. Mi mapa está lleno de estrellas que se fugan y estoy tratando de alcanzarlas, para entenderlas. Masapán es doble, tiene un doble rubio y él es distinto. Es oscuro de misterio. Adoro su misterio, aunque insisto en descubrirlo, para quedármelo y encerrarlo en mi cajita de colores. Pero sé que nunca me va a dejar hacer eso, y me encanta.
Soy la hija número cuatro. Ya adentro de mí hay un bebé que nunca se murió. Rosario está dentro de mí y es mi primera hijita. Yo fui mamá dos veces. Primero a los cuatro días de haber nacido y después cuando tenía un año. Fui mamá de mí misma. Soy súpermamá, si abandono a súperhija. Es un camino, de dragones, volcanes, caballeros y enanos.
Mi color es el azul (como el de mi viejo cuarto), es el color donde habito, es mi mar de piscis. Mi piel se descama, y va cambiando. Maravillosamente. Soy fuerte. Cada vez más. Y sueño. Cada vez más. La concresión de mis sueños siempre me pareció lejana. Sin embargo sé, creo, que 2010 es mi año de concresiones. ¿Si me asusta? A veces. Solamente tengo que verlo como el capítulo más importante de los tomos de mi vida, ¿género? Claro, fantástico-maravilloso. 2010 es 20+10. cumplo 30. Las fuerzas terminan de atraerse para chocar y desprender piedritas cósmicas.
Piedritas que van a caer sobre mí, como una lluvia extraña de felicidad y melancolía. Sé que voy a volver a nacer y eso es como una segunda oportunidad. Una segunda bienvenida a mi reino, aun habitando yo en él. Otra vez el doble. Yo multiplicada, pero para afuera.
El 1 de octubre es el gran día. A las 17 horas. Un jueves. En Vicente López. ¡Y empiezo a capturar estrellas!

viernes, 17 de julio de 2009

Lo ganado pasado y el mito de la banana pisada

Uno de los primeros platos que se convierten en favoritos para cualquier principiante de la degustación, deglutación, dentición, es la banana pisada. La banana que se pela, se pisa y se come. Después se digiere y se deposita en... pañales, pelelas, inodoros y bastas.
Cuando queremos algo con muchas ganas -o pocas- y lo conseguimos... hacemos lo mismo: lo pisamos y después lo devoramos. Después lo desechamos. Como si no nos interesara más. Lo ganamos, lo coneguimos, lo pisamos y lo desechamos hacia el pasado. Como la cáscara de la banana y como la banana pisada.

Pero eso porque sabemos que el bananero está lleno.

Pero ¿y si llega el fin del mundo? ¿Y si nos quedamos sin bananas? Si solamente tuvieras una sola banana en la mano ¿la pisarías y la comerías sabiendo que esa sería la última vez con nuestra sabrosa banana? Yo creo que sí.
(Mamá le tiene alergia a las bananas, pero le encantan). En fin... yo sé que soy la última banana del bananero, quiero saber: ¿por qué me pisan, me mastican y después me desechan?

Entonces otra vez tengo que reinventarme, y me vuelvo a colgar del bananero para que me hagan lo mismo, como Sísifo, eternamente condenada.

¡Si soy la última banana! Al menos de tu manjar... ¿Cuántas veces vas a pisarla?

jueves, 14 de mayo de 2009

Yo, yoyo.

Yo, yoyo. Yoísmo, yoísta, yogasmo... El juego del yoyo acaba de empezar.
Yo soy yo. Voy y vengo por la misma cuerda, que se balancea, da la vuelta y vuelve a empezar.
Yo giro, yoyo. Giro en mi eje, yoyo.
Yo soy yo, y nadie más que yo. Y miro el circulito gris, yoyo. El circulito de la e, de la g, de la o, yoyo.

Te miro a vos yoyo, mi espejo, yoyo.
Y en el reflejo del espejo, veo que del circulito gris, sale una serpentina de muchos colores, la serpentina de lo que comí y me revolvió el estómago al verme tan... yoyo.
Que termine tu juego del yoyo, porque no puedo ser yo, hasta que diga "vos". Entonces va empezar el juego del vosvos, no del boss, porque nadie es el jefe... El jefe malo es ése, el que juega al yoyo. Yo no quiero ser jefe, no quiero ser yoyo, yo quiero ser vos, yovos, vosyo, vosvos y jugar.

martes, 5 de mayo de 2009

cara de sol pelo de luna

Ia orana Carlos Páez Vilaró

Soles, lunas. Cara de sol, pelo de luna. Luna y pinturas. Sol y somnolencia, vino dionisíaco. Éxtasis.
Colores del cielo azul, palomas de arco iris, peces de casapueblo. Tu casa y mi pueblo compartido. Tus abrazos eternos a través de palabras, reunidas en libros tan surreales como pinturas. Ia orana Tahiti. Ia orana Carlos. Ia orana tus manos, tus ojos, tu fuerza. Árbol fructífero, sabio, lleno de tiempo.
Espero el no-tiempo. No-tiempo de espera, de lejanías, de ausencias. El no-tiempo es el tiempo de nuestro encuentro, en algún no-lugar. Que nuestros ojos se mezclen en soles arcaicos y nuestros pelos formen trenzas bañadas de polvo lunar. Lunáticos y somnolientes, con la alegría de Dionisios, en el carnaval de la vida y de la muerte, de la vida después de la muerte.
Carnaval de isotopías, de túneles de agua y ballenas.
Yo te saludo y te festejo. Cara de sol, pelo de luna.

jueves, 29 de enero de 2009

El pájaro negro...


Te admiro desde muchos lados, y de eso está hecho el hilo de la amistad que me une a tu existencia, a tus tradiciones, a tu inventiva, a tu ingeniosidad.

¿Qué se siente materializar tu futuro, asegurarlo en algo que parece tan frágil pero que es tanta potencia a punto de respirar el aire de Buenos Aires? ¿De tu Buenos Aires, de mi Buenos Aires?


¿Ensayaste eligiendo esa madera en potencia, trabajándola hasta sacar lo mejor de ella? ¿Vas a ensayar también el arte de seguir creando, esta vez sonidos que viajan como al aire que va a respirar esa prolongación de tu existencia?

Perdón por decirle "esa". No puedo ponerle nombre a lo que todavía no termino de conocer.

Al fin llegó tu pájaro negro, negro brillante, negro misterio. ¿Sabías que originalmente en las culturas de Oriente el negro es sinónimo de alegría y festejo?
Espero tanto yo mi pájaro negro, ojalá llegaran muchos, para volar por mi alma hasta el cansancio, hasta ver todo libre y así liberarme yo también.

¡Gracias por leer mis cosas!