sábado, 17 de septiembre de 2011

La Niña del Rayo

Mirar la momia de una indígena sacrificada a través de un vidrio climatizado fue el símbolo de todo nuestro viaje, en el que observamos la cultura de la Pachamama desde hoteles amplios, lujosos, con desayunos exquisitos. No fue planificado, tampoco era la idea, simplemente surgió de ese modo gracias a una rifa que nos regaló dos noches en el hotel Mítico de Salta. El resto surgió casi por casualidad, por recomendaciones y búsquedas en Internet. Por eso no dejé de sentir la desproporción de mi propósito, el cual fue naciendo en la medida en que nos adentrábamos por los valles calchaquíes, por los cementerios de cardones, por el camino de la quebrada de Humahuaca. Sin saberlo habíamos ido hasta allá porque yo quería conocer a los dueños originales de nuestras tierras, a esos espíritus silenciosos que siglos atrás se animaron a resistir al imperio inca y luego al español, hasta que los dominaron y los mutilaron en nombre de la fe católica.
Ayer Elvira me deseó buen viaje, en Tilcara me contó su origen y me explicó algunas costumbres de los sikures. Nosotros caminamos por sus calles, respiramos su aire, su luna, su fuego. Quisimos adueñarnos de sus costumbres, al menos a través del oído, entre tambores y sikus.
Esa misma mañana encaramos nuestro destino hacia Iruya, por un eterno camino de ripio que jamás nos defraudó, sino todo lo contrario: lo que al principio parecía una mala idea, se convirtió en un suspiro infinito de gracias que luego se volvió en un silencio milenario y sagrado que agitó nuestros corazones, con alma conquistadora, como queriendo rendir culto ante un paisaje sublime. Parecíamos muertos en el cielo. Hice una reverencia ante nuestro cocinero por su tortilla de quinoa y con miedo pregunté por sus papas andinas, porque quería llevarme algunas en el baúl del auto para cocinarlas con mis propias manos.
No hay palabras para Punmamarca, adonde quise pasar la noche, tal vez para un próximo viaje. En Buenos Aires le dedicaré una entrada aparte. Lo mismo a nuestro viaje hacia las nubes, en el que me animé a dibujar mi futuro a través de las sabias montañas.
Hoy la niña del Rayo se me aparece en sueños, entre párpado y párpado, como queriéndome pedir algo, aún no sé qué.

martes, 13 de septiembre de 2011

En Cachi

Estoy en un lugar que sé que alguna vez me imaginé, pero no me animé a recordar. En uno de los vértices de Cachi, a lo alto, un lugar nos esperaba: La merced del Alto. Patrón Costas lo compró para que uno de sus hijos lo administrara, así me lo contó la masajista, que me atendióen una casa de piedras y adobe, con más de cien años. "Era la propiedad de la gente de estos terrenos, el dueño los compró junto con la casa, y fue lo primero que quiso derribar antes de construir el hotel. Pero su mujer tuvo una idea mejor, restaurarla para hacer el spa", me contó orgullosa Estela Maris, la masajista oriunda de Zárate que se vino para el norte junto con su marido y sus dos hijos, cansados de tanto robo. "Acá ya me gané a la gente, pero al principio trataba de no decirles que era de Buenos Aires", me confesó. Es que no debe ser fácil: hoy mi criterio se divide entre la historia de independencia que comienza en la Casa de Tucumán y la represión a los indios quilmes y calchaquíes. Ellos no cuentan con una casita de independencia, ni con el orgullo de haberse liberado de la opresión conquistadora. En la Merced del Alto, las dos culturas se unen en la arquitectura: el hotel construido hace apenas cuatro años marca un estilo colonial puro y respetuoso; vestido con la decoración indígena se encuentra frente a esa casita centenaria de piedras sabias y restauradas. Pero la conquista continúa, todo el personal son hijos de los primeros habitantes de estas tierras, con su modo llano pero sus miradas oscuras y profundas, nos atienden como si fuéramos sus reyes. Algo sigue sin funcionar. Pero desgraciadamente acá me hallo, donde no tengo que fingir que vengo de Buenos Aires, pero contesto con una sonrisa, pregunto por sus familias y por su origen, y trato de disculparme con mi existencia débil y temprana. Y no dejo de pensar que ojalá algún día pueda ser yo la que los sirva, en sus tronos de piedra, con sus vestidos de colores y sus abrigos de piel de llama. Anoche comí por primera vez carne de llama, y me acordé de darle las gracias a la Pachamama.
Si son de Buenos Aires no dejen de visitar este hotel, el mejor que visité en mi vida hasta ahora, porque no compite en la escala del lujo, sino que tiene personalidad propia, es nuestro, es conquistador, es inmigrante, es de acá, de Cachi.
Ahora hacia Salta, a visitar las momias y a recorrer el cielo con el tren de las nubes.