jueves, 1 de noviembre de 2018

Amar adentro



Tuve un destello en mi mente, un destello claro, brillante, punzante, profundo. Un destello que me trajo la información para amar. ¿Quién dijo que amar es fácil? Cliché. Nadie. Touché.

Lo voy a decir fácil. El destello me dijo: Para amar de verdad hay que amar adentro. Pinchar la cáscara, traspasar el "afuera". No. No es lo que estás pensando. No se refería a lo físico. En absoluto. El destello me decía que tenía que atravesar esa capa molesta que a veces me llega del otro, en donde uno se enmaraña y se agita impidiendo lo más maravilloso que llega con la oportunidad de, "a pesar de todo", amar...

Amar adentro es dar el salto de lo cotidiano. Es dar el salto de dejarse llevar. Es -al principio- ir contracorriente. Amar adentro es sumergirse con los ojos vendados para después abrirlos y verlo todo claro, brillante, punzante de amor y profundo. Y entonces encontrarse a uno mismo, como reflejo de ese amor... Ahora no lo expresé fácil.

Amar adentro es encontrarse con ese lado tan querible, tan tierno, tan abrazable del otro. Con ese niño que una vez fue el otro, al que dan ganas de querer, de mimar, de mirar detenidamente y abrazar. Cuando uno ama adentro, simplemente no puede dejar de amar. Y ese amor dura toda la vida y más. 

Y en ese amar sale lo mejor de uno mismo. Después de ese salto de traspasar lo aburrido, agotador, desgastante, empieza la aventura. Y esa aventura es maravillosa. Uno se encuentra con el verdadero uno mismo sin quererlo, sin haberlo buscado. Solo por el hecho de amar adentro. ¡Y puede ser tan fácil!

Hay que hacer el ejercicio. Con cualquier persona a nuestro alcance. 

Estoy convencida de que así nos ama Dios. Que no anda evaluando y midiendo qué hicimos bien, qué hicimos mal, qué dijimos o qué pensamos... Él ama nuestro adentro, nuestra esencia, nuestra pureza de niños no corrompida por el maltrato primario.

Sin pedir perdón solo quería compartir un reflejo de ese destello que llegó anoche como un regalo.