martes, 31 de mayo de 2011

No sos vos. Soy yo.

Estaba con una incomodidad en mi cabeza. En todo mi cuerpo. Me producía escozor y a la vez placer. Siempre me sentí especial, especial y distinta al resto. Eso me enseñaron en mi colegio de monjas, desde la primaria hasta terminar el último año de bachillerato: vos sos especial. Al principio las palabras entraban en forma de notas dulces como salidas de una cajita musical. Después, como cualquier tema barato de radio monótona, entraba como un monosonido pegadizo difícil de cambiar y con ganas de extraer. Ya no me parecía tan real esa sensación de sentirme especial, aquí mi escozor.
Hoy tengo un nuevo desafío: el otro es tan especial como yo. Parece fácil, casi un refrán de galleta china de la suerte. Pero no es tan sencillo. Porque en la profundidad más honda de mi ser sigo sintiendo esa diferencia. ¿Cómo sigue esto?
El lunes comida en lo de Silvia. Mamarí, Tere, Pipa, yo. Y las palabras de Pipa volaron reveladoras. Sentada en su bosque de mil estrellas me explicó tranquila la diferencia. El ego por un lado, la esencia por otro. ¡Nadie me lo había dicho antes! Tomé nota con mi cabeza geminiana, y sin distraerme con nada apunté: la esencia es eso que me hace sentir parte de un todo, donde yo soy uno más entre los demás que también son uno más. Es lo que me permite amar y respetar las diferencias. El ego es ese olivo fuerte, de raíces profundas, que hace que sea quien hoy soy... Que si me sentí tan especial, es un don: construí lo que soy hoy, armé mi personalidad y mi manera de ver el mundo. Pero hoy nace la esencia, como un diente de león alrededor del olivo. Hoy quisiera que el diente de león se convierta en enredadera y vaya trepando por el tronco y las ramas del árbol, hasta envolverlo completamente. Hasta que ego y esencia ya no sean distintos. Entonces seré libre, sobre mi árbol de diente de león, con flores de marcela y hojas de llantén...

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