miércoles, 15 de febrero de 2012

Los días, las señoras y el señor D

Los días pasan como agua estancada. Y la señora Díaz empezó a leerme. Qué orgullo.
Señora Díaz: Estas reflexiones las voy a compartir con usted, simplemente porque sí. Y mis reflexiones las transcribo a continuación. Estoy muy pensativa estos días, Díaz. Me estoy dando cuenta de que eso me lleva a descuidar mi salud, pues solo el hecho de pensar puede ser muy perjudicial. No es que no coma, sino que el hecho de pensar en otras cosas que no sea en comida me lleva a comer cualquier cosa, y eso no está bien. También estoy descuidando mi casa, y aunque sea una mujer muy prolija y ordenada, mi casa está caótica, llena de tierra y de valijas sin desvalijar, pero no puedo pensar en ella, pues cuando digo que estoy pensando mucho me refiero a que me sumergí en un mar de pensamientos esotéricos que me están ahogando y que nada tienen que ver con el mundo exterior. Me ahogo no porque me asfixie, sino porque siento que estos pensamientos quedan atados a mis tobillos como piedras pesadas y que todo mi cuerpo se deja llevar por la corriente submarina hacia esa oscuridad bendita y salvadora. No me quejo de estas situaciones superficiales "en peligro", aunque la salud no es algo poco serio. En fin, mis reflexiones comenzaron años atrás cuando leí y releí un libro que cambió mi mente. Uno de sus autores, el señor D., también escribió otros libros, relacionados con el tema de la reencarnación. Créame señora Díaz que, para una mujer educada en dos colegios católicos (de monjas con hábitos negros y luego con hábitos grises) y que trabajó para un jesuita teólogo y que aún reza rosarios cuando viaja en tren, toparse con ideas de este tipo no suele resultar algo alentador. Y cuando digo alentador me refiero a una lectura "alentadora", en el sentido de que se siga adelante con el libro hasta la última palabra del último capítulo. Pues para alguien que ha creído toda su vida que, una vez dejada esta Tierra, iremos a parar a un infinitum de amor eterno y divino en convivencia con otras almas, de pronto, concebir la idea de volver a nacer, no es tarea sencilla. De todas maneras, el señor D. me convenció extrañamente de forma muy rápida, su proyecto encajó en mí como tuerca y tornillo. Y nada puede sacarme esa sensación de tranquilidad y paz que me despertaron las teorías del señor D. Son teorías serias, y aunque son fáciles de tomar a la ligera y de llenarlas de fantasías y excéntricas "explicaciones", sin embargo no me dejé llevar por esto último, sino que las tomé con respeto y silencio, dejando que su libro terminara de madurar en mí. Y todavía lo sigue haciendo. En medio de estas lecturas, la señorita K. vuelve a enfermar de cáncer. Y de pronto a la señorita P. le extirparon un tumor del pecho y comienza el tratamiento "de prevención" entre Pilar y Campana. Y llega a mis manos el libro de la señora Myss. Fantástico. La señorita K. es muy corajuda y se anima a leerlo, y con ello, a hacerse todas las preguntas necesarias para terminar de una vez por todas con la enfermedad.
El poder de la energía, el poder del pensamiento. El señor D. dice que no somos seres libres realmente, sino que eso es lo que creemos, pues el destino es el portador del futuro y el responsable de nuestras elecciones. Sin embargo afirma que solo seremos libres en la medida en que aceptemos nuestro destino y la regularidad de las cosas (como es arriba es abajo; como es la vida, es la muerte), en la medida en que aceptemos las leyes y en la medida en que nos conozcamos a nosotros mismos. Y acá me penetra una gran angustia señora Díaz, pues cada vez tengo la sensación de que me conozco menos. O simplemente me estoy abandonando... Sí, a mí misma. A cambio de tantas ideas reveladoras. Lentamente empiezo a desconocerme y nada de lo que esté a mi alcance parece realmente importante, sino que todo lo que importa es aquello que está lejos, en ese mundo celeste, donde habitan seres celestes. Y creo que pronto iré a su encuentro (que también es reencarnar, claro). Es algo muy extraño lo que estoy sintiendo en este preciso instante, pues todo parece absurdo cuando se llega a pensar de esta manera; bueno, no justamente absurdo, sino incoherente, que es casi lo mismo. Pues la única coherencia está en esta profundidad del mar en el que me hundo, y no es que la idea sea mía o me pertenezca, la idea pasó por el señor D. y luego por la señora Myss, yo simplemente tengo la suerte de comprenderlas. Y son un tesoro. Hay un halo de energía que sale de mi coronilla y llega hasta el techo de mi cuarto, desde donde escribo, los párpados que pertenecen a mi cuerpo pesan y empiezo a sentir una luz extrañamente pesada justo en el esternón. Pero cuando empiezo a pensar en Tatiana, que llega mañana, y en su cumpleaños que ya pasó pero se festeja el viernes, la luz, que sé que sigue, ya no la percibo... Al menos no de la misma manera. Dejo de contarle mis pensamientos señora Díaz. Gracias por leerlos, aunque sé que soy muy impertinente por pretender expresar lo que se me ocurre, sin considerar el tiempo ajeno y las ganas ajenas.

No hay comentarios: