martes, 9 de febrero de 2021

permeable


foto de G Kopp

Ayer leí una reflexión sobre la palabra "permeabilidad" que me gustó bastante, primero porque venía de una vieja compañera de la secundaria que me hizo pensar en ella, y segundo porque me gustó la conclusión: "Es lo que aparece cuando bajamos la guardia", escribía MP en su cuenta de instagram.

Lo leí anoche antes de dormirme y hoy me desperté pensando en la permeabilidad de un niño. Porque, ¿a partir de qué momento empezamos a "ponernos en guardia"? No puedo evitar pensar en la permeabilidad de Amadeo desde que nació. Enseguida pensé que toda su personalidad futura depende en gran parte de todo lo que fue recibiendo en todo su organismo permeable, sin defensas o herramientas para elegir "a esto le soy impermeable" o "repelo esto que me dicen", por decirlo con otras palabras...

Todo lo que le sucedió a Amadeo en sus primeros días, semanas, meses y años (hoy recién tiene tres) sin duda ES lo que Amadeo hoy manifiesta. Algunas cosas inevitables (contexto social, viajes que tuvimos que hacer, mudanzas, etcétera) y otras -la mayoría- completamente subjetivas y relativas, consecuentes a mi estado de ánimo, a mi paciencia, a mi cansancio, a mi compañía. 

Más allá de su energía vital y de los astros que marcaron su existencia en el momento de su nacimiento (que también son consecuentes a mi historia de vida), la personalidad de Amadeo se va gestando en mi propio acontecimiento. Me refiero a ese acontecimiento minúsculo que se desarrolla minuto a minuto, hora a hora, día a día. No más que eso. Y después, claro, el resultado de todo eso, que no es más que un resultado. 

Cuando iba por el segundo o tercer mes de vida de Amadeo mamá me dijo algo que me marcó para siempre: "Vos solo tenés que pensar en el día de hoy, pasarlo sin pensar en el futuro, mañana será otro día, hoy pensá en pasar este día". Como una pequeña cuenta en un collar, que al final lo es todo. Sostengo la cuenta entre mis dedos sin que me importe el resto, la amaso, la toco, le doy vueltas para un lado y para el otro... 

Así me entregaba cada día a Amadeo, solo pensando en satisfacer cada uno de sus minutos, sin darme cuenta de que me entregaba entera a ese ser chiquitito que dependía ciento por ciento de mí, de mis brazos, de mis tetas, de mis oídos, de mis ojos, del tono de mi voz, de mi cansancio o de mi vitalidad. No era mía su vida, era de él y yo solamente tenía que mantenerla viva... ¿Solamente? 

Desde el momento que lo sacaron a Amadeo de mi panza, desde que lo pusieron sobre mi cuerpo para que reptara con su cabeza hasta encontrar el olor de la leche, me invadió un sentimiento nuevo e inesperado: Él no me pertenece. Claro que es mi hijo, ¿pero lo amo? ¡Claro que lo amo! ¿Pero qué amor es este? 

No es romántico, no es meloso, no es de posesión (bueno, no creo que eso tampoco sea "amor"). Esto era diferente, era un amor salvaje y de instinto, que se iba construyendo en las horas y que me decía "cuidalo, porque no es tuyo, es de él mismo pero solo será si vos lo cuidás, si vos le das, si vos te doblegás a su pedido vital, a su llanto latente, a su reclamo genuino, a su existencia entera en potencia absoluta, a toda su PERMEABILIDAD".

Como un cuenco vacío que se va llenando. Ese era Amadeo en mis brazos. Y se llenaba de mi historia, de mi llanto, de mi ser que se rompía a pedazos sin que me diera cuenta. Entre mi leche, entre mis cantos, entre los saltos para que se durmiera, entre mis risas. Amadeo era permeable a todo mi ser desnudo, a mi honestidad absoluta, cruda.

Y en esa ruptura de todo mi ser, de todo mi cuerpo, iba creciendo la sabiduría de mis ancestros, perdía la memoria del día a día y nadaba en la confusión del tiempo ordinario. Algo nacía en mí mientras Amadeo ganaba forma y tamaño. Mis dientes se afilaron y mis uñas se volvieron garras. Mis ojos se pusieron oscuros y mi torso de ensanchó. Loca parecía. Y loca me sentía cuando miraba para afuera. Cuando olía el peligro o la indiferencia, cuando escuchaba el sonido de la desconexión o de los juzgados sociales. 

Yo también me había vuelto permeable a Amadeo, él me había convertido en la mujer lobo. Mamá loba para él, mujer loba para el mundo. 

Todavía no estoy segura del resultado de esta doble permeabilidad que sin duda tuvo un precio muy alto. Pero sí sé que soy fuerte. Que en el mar de la soledad que te deja la maternidad cuando se quiere vivirla en serio, uno se hace extrañamente fuerte, porque no es una fortaleza dura, sino blanda, amorosa, palpable, una fortaleza flexible y permeable, una fortaleza sabia que ya no tolera el control, la injusticia, la apatía, la frialdad ni el miedo; que ya no soporta la fortaleza falsa de lo impermeable. 

(Todavía me acuerdo de mi imagen tratando de explicarle a un tío y al marido de mi prima por qué Amadeo -de siete meses- dormía conmigo... "porque somos mamíferos y la cría necesita a su madre al lado para descansar tranquilo sabiendo que los depredadores no pueden lastimarlo" y sus carcajadas y burlas siguen grabadas en mi cabeza. Creo que más de uno también se reiría. Hoy Amadeo sigue durmiendo a mi lado y los depredadores siguen lejos de nosotros, ya no nos pueden hacer daño.)

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