martes, 28 de junio de 2011

Mahler, vos y yo.

Vos y yo estamos conectados. Sí, vos, mi lector anónimo, encapuchado, mi amigo o amiga virtual. Te estoy hablando, te estoy escribiendo y me estás leyendo. Imaginemos por un segundo que el tiempo no existe, ni siquiera el espacio. Estamos cara a cada, yo hablo y vos escuchás.
Para que esto funcione solamente tenés que poner de fondo a Mahler, la sinfonía número 5 (Adagietto), "Muerte en Venecia". Si no lo tenés a mano, te paso el link del video:


Dejalo de fondo y leé.

Tu mente sale de ese lugar en el que se encuentra, se abre tu mirada hacia adentro, hacia tus recuerdos más lindos, más tranquilos, más profundos. Solo hay un chico, o una chica. Esa persona diminuta sos vos. Y yo, yo estoy con vos, tan chiquita. Caminamos de la mano hacia ningún lugar, hacia ese espacio donde ya volvemos a ser amigos. La amistad universal existe, y la más extrañamente "dulce" es esa amistad en la que vos y yo podemos encontrarnos, podemos mirarnos a los ojos y dejar que nuestros brazos bajen, que nuestras miradas se encuentren y que nuestras almas escuchen. Seamos amigas, al menos un rato, porque algo tenemos en común. Pasar de los celos y de las inseguridades a un estado de paz es maravilloso. Contémonos nuestros rencores, nuestros miedos, nuestras tristezas y seamos amigas. Animémonos a conocernos y a correr de la mano. Las relaciones humanas son un misterio y los encuentros entre las personas son todavía más milagrosos. Subamos al tren y viajemos juntas, sin pensar en las cosas que pensarán de nosotras. Volvamos a ese instante en el que no importaba el afuera, empecemos de nuevo, ingenuas, inocentes, sin preocupaciones. Olvidémonos si alguien no nos amó lo suficiente, tal vez en ese momento estábamos aprendiendo algo, nosotros mismos nos pusimos en ese lugar. Aprendamos juntas a reconocerlo, aprendamos a vernos diminutas ante el destino y la vida que se abre, pero también a percibirnos inmensas y omnipontentes ante nuestras virtudes. Claro que las tenés, pero no son esas que pensás, tus virtudes están tan escondidas que hasta a mí me cuesta encontrarlas. No tienen nada que ver con tu profesión, con tus logros académicos, con tus innumerables amistades. Esas son ganancias, pero no tu esencia. Ese estado tan profundo de vos misma es tu tesoro, y el regalo tuyo para toda la humanidad. ¿De qué se trata? Es fácil adivinarlo, difícil permitírselo. Es más sencillo de lo que puedas imaginarte... Sí, es eso. Y yo también lo tengo, tan oculto como vos. ¿Sabías que a mí también me cuesta hacer silencio? ¿Sabías que yo también me atormento a veces por las noches pensando y pensando si podría haber sido de otra manera? ¿Que yo también me echo la culpa de cosas que ahora las veo absurdas pero en la oscuridad me ahogan? Solo el silencio me calma. El silencio es meditación. La meditación es encontrarse con ese tesoro, y reconocer en él lo maravilloso de nuestras elecciones, que también son un misterio. No elegimos solo por nuestras inseguridades y por nuestros talentos, también eligen todas nuestras células y todo nuestro pasado, antes del momento en que nacimos. ¿Tenés un compañero para este camino? Buscalo. Alguien que te permita encontrarte con vos misma. Si ya está a tu lado, reconocelo, en todo su esplendor, él también tiene un tesoro y vos lo elegiste para acrecentar el tuyo. Yo quiero ir de tu mano, también. Yo quiero ser tu amiga del silencio. Estos días estoy cerca tuyo, desde la distancia, desde el no tiempo. Aunque no nos hayan presentado jamás, siento que te conozco de toda la vida. Y eso es lo maravilloso de estar juntos, a través de palabras, a través de instrumentos.

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